En 2023 tuve el privilegio de participar en el programa El Debate de La 1 de RTVE para ofrecer una clase magistral sobre la Inteligencia Artificial Generativa, una tecnología que, por entonces, estaba dando sus primeros pasos masivos. En esa intervención, compartí los fundamentos de los modelos generativos —como GPT, DALL·E o Stable Diffusion— que estaban redefiniendo la manera en que los humanos crean texto, imágenes y sonido, anticipando su papel central en la transformación de industrias enteras. Mi mensaje fue claro: nos encontramos ante una tecnología fundacional capaz de reconfigurar nuestras capacidades cognitivas, sociales y productivas. Lo que entonces era una advertencia sobre un futuro probable, en 2025 ya es una realidad incuestionable.

El metaverso personalizado: la IA como arquitecta del mundo virtual

La IA generativa ha pasado de ser una novedad experimental a convertirse en la columna vertebral de la nueva economía digital del metaverso. En plataformas como Horizon Worlds o Decentraland, los usuarios ya co-crean entornos personalizados en tiempo real simplemente describiéndolos en voz alta: una oficina flotante sobre Marte, un santuario zen bajo el océano o una clase magistral de historia en el Renacimiento italiano, generada por IA con precisión y estética sorprendentes. Estos avances se han visto acelerados por dispositivos como las Meta Quest 4 o las Apple Vision Pro, que integran modelos generativos directamente en las gafas, permitiendo mundos digitales generados a demanda, con interacciones humanas hiperrealistas mediadas por avatares sintéticos que aprenden, sienten y se adaptan.

Nuevas formas de aprender, crear y relacionarse en 2025

Lo que me pareció fundamental transmitir en aquella intervención no fue solo la potencia técnica de la IA generativa, sino su capacidad para modificar la estructura misma de nuestras relaciones y experiencias. Hoy, en 2025, las interacciones en el metaverso ya no son una curiosidad marginal: son parte central de la vida laboral, educativa, afectiva y creativa de millones de personas. Las aulas se han transformado en entornos inmersivos donde los estudiantes exploran ideas guiados por tutores generativos, y los creativos han encontrado en la IA un socio incansable que impulsa nuevas formas de arte, arquitectura y narrativa. Aquello que en 2023 apenas era perceptible ya se ha materializado con una velocidad que no deja de asombrarnos.

Retos éticos, regulación emergente y desigualdades persistentes

En aquella edición de El Debate de La 1, la mesa redonda posterior a mi intervención reunió a periodistas, expertos y legisladores para discutir los retos éticos, sociales y legales de este nuevo paradigma. Las preocupaciones expresadas entonces —privacidad, desinformación, desigualdad— no solo eran válidas: hoy se han agudizado. Las empresas tecnológicas enfrentan multas históricas en Europa por uso indebido de datos en mundos virtuales, mientras los deepfakes generados por IA circulan con impunidad en entornos digitales, erosionando la confianza en lo que vemos y oímos. El desequilibrio en el acceso también se ha amplificado: aunque la adopción ha crecido, millones siguen fuera de este nuevo ecosistema digital, consolidando una nueva brecha tecnológica, económica y cultural.

GPT ya está.

La Ley de Mundos Virtuales: del discurso a la acción legislativa

Fruto de aquella preocupación, y en línea con las reflexiones que compartí en directo, la Unión Europea ha promulgado en 2025 la Ley de Mundos Virtuales, una legislación pionera (y todavía en evolución) que impone criterios de transparencia, protección de datos y responsabilidad algorítmica para el uso de IA en entornos inmersivos. No es casualidad. Aquella conversación en 2023 no fue un simple intercambio televisivo: fue un punto de inflexión en la toma de conciencia sobre la magnitud del cambio en marcha. La frase que pronostiqué entonces —“la IA generativa va a redefinir la arquitectura misma de lo real”— ha dejado de ser retórica para convertirse en un principio rector de las nuevas políticas digitales.

Hacia 2030: el despertar de los mundos mentales

Ahora, al mirar hacia 2030, vemos cómo se perfila una nueva frontera aún más desafiante: la integración entre IA generativa e interfaces cerebro-computadora (BCI). Esta combinación está emergiendo como el próximo salto evolutivo de la humanidad aumentada, abriendo la posibilidad de mundos generados directamente por el pensamiento, personalizados no solo por lo que deseamos, sino por lo que sentimos. El potencial es inmenso. Pero también lo son los riesgos: vulnerabilidades neuronales, manipulación sensorial, pérdida de control de la identidad digital. La visión que compartí en 2023 no fue solo una predicción tecnológica: fue una advertencia ética sobre el rumbo de nuestra especie. En ese cruce entre lo humano y lo artificial, no podemos perder de vista lo esencial.

Por eso, en el debate, defendí la necesidad urgente de aplicar los principios recogidos en el Manifiesto Tecnohumanista, un documento que redacté con la intención de guiar este momento crucial de transformación. No se trata de rechazar el avance tecnológico, sino de establecer los marcos necesarios para que este sirva al ser humano y no lo sustituya. Frente a la opacidad de modelos de caja negra, a los intereses de mercado y al vértigo del progreso, el manifiesto reclama mecanismos legales, reflexión colectiva y una ética del diseño. Si no queremos que la IA rediseñe el mundo sin nosotros, debemos decidir, juntos, cómo queremos evolucionar. Ahora más que nunca, necesitamos despertar la conciencia tecnohumanista.

Lo inquietante —y a la vez fascinante— es que la inteligencia artificial generativa no solo evoluciona según lo que le enseñamos, sino también por caminos que aún no comprendemos del todo. Funciona como una caja negra: alimentamos datos, recibimos respuestas, pero no siempre podemos explicar con precisión cómo se produce la transformación dentro del modelo. Y, sin embargo, hay momentos en los que esta “inteligencia” sorprende incluso a sus propios creadores, revelando capacidades emergentes que no estaban programadas. ¿Estamos ante una nueva forma de creatividad no humana? ¿O simplemente ante el reflejo amplificado de nuestros sesgos y límites? Sea como sea, no podemos permitir que esta dinámica avance sin dirección. Si no somos capaces de interpretarla ni regularla, corremos el riesgo de convertirnos en simples espectadores de una evolución que ya no controlamos.

Puedes ver la intervención completa en El Debate de La 1 aquí:

Debate RTVE