En junio de 2022, tuve el privilegio de participar como invitado en un reportaje especial de RTVE titulado “Rumbo al Metaverso”, emitido en el histórico programa Informe Semanal. Aquella intervención, en plena efervescencia mediática del término “metaverso”, fue una oportunidad para detenernos a pensar más allá del entusiasmo superficial y de los titulares futuristas. Desde entonces —y ahora, en 2025, con más claridad que nunca— sostengo una convicción que estructura todo mi trabajo: no estamos únicamente ante una revolución de dispositivos, algoritmos o plataformas; estamos ante un profundo rediseño de lo humano. El cambio no es solo tecnológico: es epistemológico, emocional, relacional y ético. Estamos asistiendo a la emergencia de nuevas infraestructuras cognitivas y culturales, espacios donde la realidad y la virtualidad se entrelazan, donde el cuerpo y el dato se reconfiguran, y donde los límites entre lo natural y lo artificial se vuelven cada vez más difusos.
Por eso, durante la entrevista insistí en que hablar del metaverso, de las realidades extendidas o de la inteligencia artificial no puede reducirse al espectáculo visual ni al consumo de novedades técnicas. No se trata simplemente de gafas, avatares o renders hiperrealistas. Se trata de comprender que estamos creando nuevos entornos de pensamiento, nuevas ecologías de la atención, nuevas formas de mediación simbólica que afectan de manera directa a cómo percibimos el mundo, cómo nos comunicamos con otros, cómo tomamos decisiones y, en última instancia, cómo nos construimos como seres humanos. Esta transición no puede abordarse desde el entusiasmo acrítico ni desde el miedo paralizante. Debemos cultivar una mirada lúcida, rigurosa y consciente. Una mirada que no mitifique la tecnología, pero que tampoco la banalice. Ni tecnofobia ni tecnoeuforia: lo que necesitamos es criterio, propósito y dirección. Ese es, precisamente, el núcleo del tecnohumanismo que vengo impulsando desde hace más de una década: una tecnología al servicio de la humanidad, no como ornamento ideológico, sino como estructura cultural capaz de ampliar nuestra libertad, dignidad y creatividad.
<<Rediseñar lo humano en la era del metaverso>>
Imagen extraída d la entrevista de RTVE, Informe Semanal 2022
2025: del metaverso imaginado al metaverso construido
Desde aquel reportaje de 2022 hasta hoy, el concepto de metaverso ha evolucionado profundamente. Lo que en su momento parecía un proyecto futurista promovido por Meta y otras corporaciones, hoy es una realidad fragmentada pero tangible. Plataformas como Horizon Worlds, Mesh (Microsoft), Roblox o Decentraland se han consolidado y diversificado, impulsadas por la convergencia de tecnologías como realidad virtual, realidad aumentada, IA generativa y conectividad 5G/6G.
Los avances técnicos son notables: gafas más ligeras y asequibles como las Meta Quest 4, dispositivos de AR como las Apple Vision Pro y estándares emergentes de interoperabilidad que empiezan a permitir a los usuarios llevar activos digitales entre plataformas. Incluso la IA generativa está creando entornos personalizados en tiempo real.
Progreso con freno: los desafíos de la inmersión
Pero la advertencia con la que cerraba el reportaje de 2022 sigue más vigente que nunca: “Sí al Progreso Tecnológico pero con Reflexión y Freno”. Y es que, junto a los beneficios —educación inmersiva, economía digital, nuevas formas de socialización— han emergido también problemas de calado: la privacidad está amenazada por el rastreo constante de comportamiento; el acoso virtual ha obligado a regular plataformas como Horizon; y los efectos sobre la salud mental están siendo examinados con preocupación.
La brecha digital, además, se ha ampliado. Aunque el acceso ha mejorado, las comunidades más vulnerables siguen sin poder participar plenamente en esta nueva capa digital del mundo, perpetuando y amplificando desigualdades existentes.
Hacia 2030: diseñar el futuro, no esperarlo
Las proyecciones apuntan a un mercado del metaverso de hasta 900.000 millones de dólares para 2030. Tecnologías como las interfaces cerebro-computadora (BCI), impulsadas por empresas como Neuralink, podrían eliminar dispositivos físicos y llevar la inmersión a niveles indistinguibles de la realidad.
Pero nada de eso tiene valor si no cuidamos la dirección. Sin regulación ética, estándares comunes y mecanismos inclusivos, el metaverso corre el riesgo de convertirse en un espacio distópico gobernado por intereses privados, no por el bien común.
La responsabilidad es compartida
Como dije en esa entrevista y sigo repitiendo hoy: no podemos esperar que sean solo gobiernos o empresas quienes definan el futuro. Todos —como ciudadanía— debemos co-crear, exigir y orientar el desarrollo tecnológico hacia un modelo con alma y propósito.
Referentes como Shoshana Zuboff o Jaron Lanier lo han dejado claro: el diseño define el comportamiento, y el comportamiento moldea la cultura. O, dicho de otro modo: el código también educa. Y si no lo dirigimos, lo harán intereses que no necesariamente comparten nuestros valores.
Este paso por RTVE fue una muestra de esa labor de divulgación que sigo realizando desde El Pulso del Futuro. Seguimos necesitando voces que traduzcan lo complejo, inspiren lo posible y protejan lo esencial. Porque el desafío no es solo tecnológico. Es ético, cultural y civilizatorio.
🎥 Mira la entrevista completa:
Y recuerda:
El futuro no se espera. Se diseña.