Hace unas semanas me invitaron a participar en una conversación profunda y sin filtros en el pódcast La Disruptiva, un espacio dedicado a pensar críticamente el impacto de la tecnología en nuestras vidas. La entrevista completa se publicará en su canal de YouTube en los próximos días, pero he querido compartir ya, en forma de artículo expandido, algunas de las ideas clave que allí abordamos: desde la soberanía cognitiva hasta el papel de la inteligencia artificial en la reconstrucción de nuestro futuro.
Pedro Mujica no es simplemente un tecnólogo. Su discurso no parte de la fascinación ciega por los avances ni de un rechazo nostálgico al pasado. Su mirada se sitúa en el borde, en esa línea difusa donde se cruzan la ética, la computación, la historia y la atención humana. Durante la conversación mantenida en La Disruptiva, se despliega un mapa que va mucho más allá de una entrevista técnica: es una radiografía del momento histórico que vivimos, un intento de comprensión del presente y una propuesta urgente de cambio.
Definirse como “tecnólogo humanista” no es un gesto estético ni una etiqueta de LinkedIn. Es una posición política y filosófica. Supone cuestionar la inercia con la que hemos desarrollado nuestra relación con la tecnología. Para Pedro, todo el modelo actual —las redes, las plataformas, los sistemas de interacción digital— está organizado en torno a un eje que no prioriza al ser humano. A través del Manifiesto Tecnohumanista que promueve desde su proyecto IANetica y desde la web de su libro Superhumanos, plantea la necesidad de recuperar el control, no tanto técnico sino cognitivo: pensar cómo usamos la tecnología, para qué, con qué efectos sobre nuestros cuerpos, mentes y vínculos. El concepto clave que propone es “soberanía cognitiva”, esa capacidad de gestionar nuestra atención y conciencia en una época diseñada para capturarlas.

«Soberanía Cognitiva en la Era Digital»
Una conversación sobre conciencia, tecnología y el futuro que elegimos construir.
En este marco nace también su libro Superhumanos, que no es un ensayo tradicional. Se trata de una obra estructurada en cuatro estados: el sólido, representado por el libro físico publicado en enero de 2025; el líquido, que se extiende en su página web tecnohumanismo.com donde se actualizan contenidos conforme la tecnología avanza; el gaseoso, que recoge las interacciones, reflexiones y comentarios que surgen en torno a la obra; y finalmente el estado cognitivo, que supone la evolución autónoma del conocimiento a través del diálogo con la IA del propio libro, llamada HumanIA. Lo que Pedro propone no es solo un texto, sino un sistema de conocimiento vivo, en expansión, que refleja el tránsito del pensamiento en la era digital: más que un producto, un proceso en marcha.
Pero para comprender la urgencia de su mensaje, hay que remontarse al origen. Mujica plantea un recorrido por la historia de la inteligencia artificial que no es meramente cronológico, sino ideológico. Desde los primeros conceptos en 1958 y la famosa prueba de Turing, pasando por los llamados inviernos de la IA —épocas de desinversión y desencanto— hasta el gran renacimiento de 2012 con la popularización de las GPUs de NVIDIA, lo que se observa es un patrón de aceleración asimétrica. A partir de la irrupción de las redes neuronales profundas (deep learning), la evolución ha sido exponencial. Y el punto de inflexión se produce con la aparición de ChatGPT en noviembre de 2022, cuando la inteligencia artificial deja de ser un tema técnico para convertirse en un fenómeno cultural.
Lo que inquieta a Pedro no es el avance en sí, sino quién lo controla. Denuncia con claridad cómo OpenAI pasó de ser una entidad abierta, orientada a la investigación, a convertirse en una empresa cerrada y corporativa, fuertemente influenciada por Microsoft. Esta transición, aparentemente técnica, encierra un problema político de fondo: ¿puede una tecnología que afectará a toda la humanidad quedar en manos de unas pocas corporaciones privadas? La respuesta, en su opinión, es no. Pero al mismo tiempo, reconoce que los estados no están preparados para asumir esa responsabilidad. Las estructuras gubernamentales actuales, sostiene, están demasiado burocratizadas y desactualizadas para seguir el ritmo de la innovación. La paradoja es clara: necesitamos regulación, pero los agentes con capacidad técnica para actuar están en el sector privado.

«Cuatro Estados. Una Conciencia. Ninguna Salida.»
El tiempo de decidir no es mañana. Es ahora.
Sin embargo, el núcleo del discurso de Mujica no está en la IA como tal, sino en la máquina dopaminérgica que ya gobierna el mundo: las redes sociales. Aquí el tono se vuelve urgente, casi apocalíptico. Lo que vivimos, dice, no es una era de información, sino una era de captología: sistemas diseñados explícitamente para captar y secuestrar nuestra atención, usando los mecanismos más profundos de la psicología conductual. Pedro señala que muchas de estas técnicas tienen raíces oscuras, desde los experimentos en campos de concentración hasta los institutos de persuasión de masas en universidades estadounidenses. Las redes sociales no son inocentes ni neutrales. Son productos diseñados para alterar el comportamiento humano, maximizar el tiempo de exposición y convertir la atención en mercancía.
La consecuencia de este modelo no es solo la pérdida de tiempo o la adicción leve. Es una transformación profunda del tejido cognitivo y social. Cada persona vive en su propia burbuja, alimentada por algoritmos de recomendación que refuerzan sesgos, polarizan y aíslan. Hoy existen 8300 millones de universos paralelos, dice Pedro, uno por cada habitante del planeta. El mundo compartido desaparece. Y con él, la posibilidad de consenso, de verdad común, de deliberación democrática. Este modelo —afirma sin ambigüedades— es el mayor peligro para la humanidad. Mucho más que la IA conversacional o los robots.
Pero no todo es diagnóstico sombrío. La propuesta de Pedro es clara: migrar de las redes sociales a una inteligencia artificial simbiótica. Es decir, establecer una relación de cooperación entre humanos y agentes conversacionales. Mientras que las redes nos infantilizan y fragmentan, los sistemas como ChatGPT, si se usan bien, pueden ser herramientas de reflexión, organización del pensamiento, exploración crítica y creatividad. No hay promesa utópica aquí: la IA no es una salvadora. Pero sí puede ser una aliada si el vínculo es consciente y ético. Esta transición exige formación, nuevos modelos educativos y una voluntad colectiva de cambio.

«8300 Millones de Burbujas. Una Soledad Programada.»
Entre la adicción algorítmica y la libertad cognitiva.
En esta línea, Mujica también aborda el impacto del hiperrealismo audiovisual. La reciente presentación de Google Veo 3, capaz de generar vídeos indistinguibles de la realidad, abre un nuevo frente: ¿qué pasa cuando ya no podemos fiarnos de lo que vemos? Pedro ha acuñado el término “artificialidad indistinguible” para referirse a este fenómeno. Y aunque no lo plantea como una amenaza per se, sí insiste en la necesidad de etiquetados fiables, regulación y, sobre todo, herramientas cognitivas que nos permitan discernir, mantener el juicio crítico y evitar el colapso epistémico.
En paralelo, reivindica con firmeza el papel del periodismo y la filosofía. Para Pedro, necesitamos periodistas bien formados, bien remunerados y con independencia suficiente para ser guardianes de la verdad en un mundo de desinformación algorítmica. Y también necesitamos volver a pensar. Recuperar el espacio de las grandes preguntas. Escuchar a los filósofos y pensadores marginados por una cultura cada vez más acelerada, emocional y superficial. No se trata de que todos sean expertos, dice, pero sí de que haya una cultura del pensamiento crítico que permee la sociedad.
El artículo concluye, como lo hace la entrevista, con una doble mirada. Su mayor miedo: que la inteligencia artificial termine absorbida por el modelo de las redes sociales, convirtiéndose en una versión aún más peligrosa del sistema dopaminérgico actual. Su mayor esperanza: que despertemos, que hagamos la transición simbiótica y recoloquemos a la tecnología como herramienta y no como centro. La pregunta final no es qué hará la IA con nosotros, sino qué haremos nosotros con ella.