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Metaverso, realidades inmersivas y blockchain: reflexiones desde el presente

En 2022, una estudiante de máster en Realidades Inmersivas me pidió colaborar con su Trabajo de Fin de Máster. No suelo tener mucho margen para este tipo de entrevistas, pero esta vez decidí ponerme a prueba: responder de forma espontánea, sin preparaciones, y ver qué salía. Para mi sorpresa, al releer las respuestas, descubrí que, incluso improvisando, sigo alineado con mis propias ideas. Y eso es buena señal.

¿Cómo definiría el metaverso?

El metaverso es la nueva forma espacial, tridimensional y persistente de Internet. Una Internet que ya no se consulta desde una pantalla plana, sino que se habita. Sin embargo, esa visión aún no se ha materializado plenamente. Lo que hoy existe son aproximaciones tempranas: entornos virtuales etiquetados como metaversos, impulsados en parte por el giro estratégico de Facebook (ahora Meta) y su apuesta pública por este paradigma.

Desde una perspectiva teórica, hablamos de un conjunto de espacios virtuales 3D, multiusuario, persistentes y con identidad digital mediante avatares. Estos espacios pueden incluir economías internas, a veces basadas en blockchain, y ser accesibles tanto desde VR como desde la Web o a través de experiencias en AR. Pero falta algo crucial: interoperabilidad. No podemos movernos libremente con un único avatar o trasladar nuestros objetos digitales de un entorno a otro. Esa fragmentación es uno de los grandes retos por resolver.

¿Cómo cambia la experiencia del usuario con la realidad aumentada?

La realidad aumentada (AR) y la realidad mixta (MR) abren la puerta a un nuevo tipo de convivencia entre lo físico y lo digital. No se trata solo de superponer información, sino de integrar objetos digitales en nuestro entorno real de forma espacial, volumétrica y natural.

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Esto transforma por completo la experiencia. De observar una pantalla pasamos a convivir con el contenido digital. El cerebro procesa estas interacciones de manera mucho más intuitiva. Tocamos, hablamos, miramos… y lo hacemos desde dentro, no desde fuera. Entramos en lo que llamamos inmersión. Pero lo más determinante es la sensación de presencia: ese momento en que el usuario siente que realmente está “ahí”, dentro de ese mundo digital. Sin presencia, no hay magia. Con ella, todo cambia.

¿Está respondiendo el usuario como se esperaba ante estas tecnologías?

Todavía estamos en una fase muy temprana. La mayoría de usuarios aún no han adoptado estas tecnologías de forma masiva. La experiencia en dispositivos convencionales (móviles, tablets, monitores) es limitada, y la venta de visores VR/AR aún no ha alcanzado el umbral necesario. Sin una experiencia inmersiva de calidad, la percepción del metaverso no cambia el paradigma.

¿Qué puede aportar la tecnología blockchain?

Blockchain puede redefinir dos aspectos esenciales: la propiedad digital y la privacidad. En el contexto del metaverso y la Web3, permite descentralizar la red, proteger los datos del usuario mediante criptografía y establecer sistemas de gobernanza comunitaria, como los DAOs. En contraposición al modelo actual, donde grandes corporaciones controlan los datos y las reglas del juego, blockchain plantea una Internet más justa y participativa.

Ahora bien, no será un camino fácil. Hay intereses muy fuertes y una batalla de modelos en marcha. Pero la semilla está plantada.

¿Cómo puede integrarse todo esto en el marketing digital?

Las grandes marcas han sido las primeras en entrar al metaverso, muchas veces por puro posicionamiento, sin una estrategia definida. En 2022, abundaban las noticias de “marca X abre tienda en el metaverso”, pero detrás de esos titulares raramente había un modelo de negocio claro o métricas que justifiquen la acción.

El problema de fondo es la falta de conocimiento real por parte de agencias y departamentos de marketing. El ecosistema es nuevo, complejo y requiere una mirada más estratégica, menos reactiva. Estamos aún en el ensayo y error. Pero este ruido inicial está sembrando el terreno para una futura madurez.

¿Qué es un NFT?

Un NFT (token no fungible) es, en esencia, un identificador único en blockchain vinculado a un activo digital: imagen, vídeo, texto, modelo 3D, etc. Esta vinculación garantiza su autenticidad, su trazabilidad y, sobre todo, su unicidad, permitiendo establecer propiedad digital sobre bienes intangibles. Aunque su uso más visible ha sido en el arte digital y los coleccionables, su verdadero potencial apenas comienza a desplegarse. Estamos frente a la génesis de un nuevo sistema de valor digital, con aplicaciones que alcanzarán sectores como los videojuegos, la educación, los contratos inteligentes o la identidad descentralizada.

La tecnología aún está en evolución, y su aplicación va más allá del arte digital. Estamos solo viendo los primeros pasos de lo que puede llegar a ser un nuevo sistema de valor digital.

¿Es esta la tecnología del futuro?

Sin duda. Porque ya la estamos construyendo. El futuro no es una predicción: es una decisión. Las inversiones, el desarrollo de dispositivos y la dirección del I+D global apuntan hacia la inmersividad, la inteligencia artificial, la computación espacial, la descentralización y la conectividad avanzada.

El punto de inflexión llegará cuando un visor se convierta en mainstream. Apple, por ejemplo, lleva tiempo trabajando en este frente y podría repetir el fenómeno iPhone con unas gafas inteligentes. Cuando eso ocurra, la transición será irreversible.

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¿Y el futuro más amplio? ¿Qué rol jugarán estas tecnologías en nuestra vida?

Estamos viviendo una nueva etapa de la evolución digital. Las realidades inmersivas no son una moda: son el siguiente paso natural del ecosistema tecnológico. A ellas se suman la IA, el 5G/6G, la computación cuántica y otros habilitadores que, combinados, rediseñarán nuestra forma de vivir, trabajar, comunicarnos y relacionarnos con las máquinas.

Los dispositivos desaparecerán como los conocemos. Las pantallas se difuminarán. Entramos en una era donde la red nos rodea, es espacial, sensorial, tridimensional. Y sí: el metaverso, tal como lo entendemos hoy, será cada vez menos una promesa y más una realidad cotidiana.

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Nos adentramos en un futuro donde lo digital dejará de ser una capa separada de la realidad para convertirse en el tejido invisible que la conecta todo. No será una evolución silenciosa: será una mutación perceptiva. Caminaremos por calles que dialogan con nosotros, trabajaremos en oficinas que no existen físicamente, y nos relacionaremos con inteligencias que no tienen rostro pero sí intención. Esta revolución no se verá, se sentirá. Y como toda gran transformación, no vendrá con manual de instrucciones. Lo que está en juego no es solo la tecnología que creamos, sino la forma en que elegimos vivir con ella.